Escrita por: Mario Martín
EL PRINCIPIO
Isabela Román era bella. A sus 19 años detenía el tráfico a su paso. Cabellos cobrizos, cuerpo cimbreante, de piernas perfectas. Fue de las primeras en estudiar Computación y Matemáticas Corporativas con calificaciones de excelencia. Sus amigas la envidiaban secretamente, en particular F
ranchesca Briguier, tal vez por no ser demasiado agraciada y estar enamorada como tonta del futbolista que llamaban Maxi-Gol... un tipazo.
- Tiene unos ojos verdes de miedo, Isa... si lo conocieras, te morirías. Pero mejor ni te lo presento, porque la que está chiflada por el soy yo. Aunque va conmigo a nuestra graduación. Te prohibo que lo mires. Confórmate con Daniel... le dijo Franchesca.
Daniel Lorenzo era el eterno enamorado de Isabel, su primer acompañante, muy del agrado de su padre, Don Rolando Román, quien cuidaba a su única hija hembra como si fuera gallina fina. Pero lo que está escrito, escrito está.
La noche de la graduación Isabel corría a la tienda del plantel del que iba a graduarse a buscar los boletos de la lotería del día siguiente, el de ella y el de su mamá, y luego cuando salía corriendo del establecimiento para...
- ¡Ayyyyyy!
- Oh perdón, perdón... no te vi o no me vistes tu a mí, no sé... pero ¿Eres un ángel que se me cruzó por el camino para hacerme feliz? ¿De dónde saliste?
- De la tienda... pero voy de prisa... me gradúo hoy... y...
Los dos habían quedado como hechizados. Eran tal para cual, jóvenes, bellos. A ella sus ojos verdes la fascinaron, pero... estaba tarde y se alejó mientras él le gritaba.
- ¡Nos vemos en el baile de graduación..!
Y, efectivamente, se vieron. Ella bailaba con Daniel y el con Franchesca Briguier. Era el futbolista. ¿Cómo lo llamaban? ¡Maxi-Gol..! Nunca le había gustado más un hombre.
Ni a él una mujer. Se miraban y en un momento determinado de la noche... se sonrieron y salieron al jardín cada cual por su lado, pero... para unirse.
- Me llamo Max Goldsmith y ahora no te me escapas. Me gustas demasiado, tanto como para proponerte matrimonio, casarme contigo y tener hijos... ser felices para siempre.
- Uy, no tan de prisa. Acabamos de conocernos, no puede ser así porque eres novio de Franchesca, una de mis mejores amigas.
- No soy su novio. Somos vecinos... amigos más bien... y… quiero besarte.
No lo pudo evitar. La besó y ella le correspondió y a partir de ahí todo se enlazó, una cosa con la otra. Se hicieron amantes.
Ella comenzó a trabajar en lo que siempre había soñado, como asistente de producción en la realización de comerciales en una prestigiosa productora americana, y eso le dio libertad para que se vieran. Estaban muy enamorados, pero de pronto...
Isabel descubrió que algo en su cuerpo estaba cambiando...
- Tenemos que casarnos, Max... estoy embarazada. Dios mío... mi padre me mata. Por favor, tienes que hablar con él, pedirle mi mano... nos casamos, tenemos nuestro hijo...
- ¡No es posible Isabel! He sido seleccionado para formar parte de un equipo profesional... es mi futuro, no lo puedo interrumpir. ¡Soy un gran futbolista! Y me voy en cuanto me avisen. Lo siento, pero
no cuentes conmigo. Te daré algo de dinero, pero...
Lo abofeteó, le gritó... lo despreció. - ¡Estás renunciando a tu hijo… estúpido! ¡Lo vas a lamentar toda tu vida! ¡Lárgate! ¡No te quiero volver a ver jamás!
A partir de ese momento los hechos se sucedieron uno tras el otro. Pidió su traslado a Los Angeles, en la misma empresa donde trabajaba. Y se lo dieron. Sus padres querían acompañarla, pero ella se negó.
Sus papás sospechaban lo que le estaba pasando, pero no querían ayudarla, consideraban que mudarse a Los Angeles sola, era una locura.
Tuvo que sacar de su peculio el dinero del pasaje... y al buscar donde lo guardaba... encontró el talón de la lotería que había comprado la noche en que conociera a Max, a quien no había vuelto a ver. Fue a comprar el pasaje de ida a Los Angeles... y al comprobar el talón... resultó que estaba premiado. ¡Era rica!
EL FINAL
La Señora Román vivía en una de las mejores áreas de Beverly Hills, en una lujosa y muy cómoda mansión de más de seis millones de dólares, con una espectacular alberca. Tenía varios sirvientes, dos asistente
s, un mayordomo y dos choferes.
Era socia de la empresa de la que era ejecutiva, una de las más grandes y poderosas productoras de películas de Hollywood, y acababa de inscribir a su único hijo en una de la más costos
as y prestigiosas universidades de California.
A sus 35 años, Isabel Román, era una mujer esplendida, triunfadora, y despertaba todo tipo de pasiones entre los más bellos y atractivos e importantes hombres de Hollywood. Sus padres habían muerto, sus hermanos la visitaban por navidad o ella iba a verlos con Roly, su hijo. Pocos lo sabían, pero desde hace meses mantenía una relación secreta con el magnate del cine Oliver Foster-Flores, con el que iba a casarse. Era feliz hasta que...
- Señora, la llama desde Colombia la Sra. Goldsmith, dice que es su amiga Franchesca.
- ¿Goldsmith? El nombre le resonó en el oído. ¿Franchesca? La recordaba, claro. Atendió.
- Isabel, amiga... que bueno oír tu voz. Es que tenemos que ir a Los Angeles porque le dan un reconocimiento a Max... por sus años de entrega a su equipo. ¿Crees que podríamos vernos? El me ha insistido en que te llame. ¿Puede ser?
Un mar de confusiones la invadió. ¿Debía su hijo conocer al fin a su padre? Roly que era un haz como futbolista a lo que quería dedicarse para graduarse... sabía que tenía un padre allá. Pero jamás había mostrado interés en ... no sabía que hacer, pero se decidió.
- Claro que podemos vernos, Franchesca... pero con una sola condición: que vengan a vivir a mi casa los días que estén en esta bella ciudad que les va a encantar. Los espero... o algo mejor... los mandaré a buscar al aeropuerto.
No quiso preparar a su hijo y no le dijo nada. La voz de la sangre se encargaría o sino todo quedaría tal como estaba. Sólo le temía a una cosa: el color de los ojos era el mismo.
Cuando el chofer se los trajo... Max la encontró radiante, más bella que nunca. Isabel abrazó a Franchesca con afecto contenido. A él le tendió la mano… sonriente. ¡Están en su casa!
- ¿Eres millonaria, verdad Isabel? Algo me dijeron tus hermanos, pero nunca pensé que fuera tanto. Beverly Hills... que mansión, que cuadros... que muebles. Criados. ¡Quién fuera tú!
Franchesca se moría envidiándola. Miró a Max... ya no era aquel. Pero los ojos... iguales.
- ¿No tienen hijos? Se atrevió a preguntar... conociendo la respuesta.
- No. -Respondió él. - Nunca los evitamos, pero... creo que uno de los dos no puede… sólo que nunca hemos querido saber cual de los dos es. Nos hubiera gustado mucho tener uno.
- Mamá... ya estoy aquí.
La llegada de Rolando Román, Roly, como lo llamaban todos desde niño, los interrumpió. Abrazo y besó a su madre, para saludar después...
- Hola. -dijo Roly sonriente, era alto como Max, bello como Isabel. -¿Ustedes son los colombianos amigos de juventud de mamá, verdad? Mucho gusto, están en su casa.

Max lo miraba emocionado. Los ojos, los mismos ojos verdes de Roly, se le habían bañado de lágrimas. ¡Era su hijo! Aquel que no quiso aceptar. "¡Estás renunciando a tu hijo, estúpido!", le había gritado Isabel aquella noche. ¡Qué arrepentido estaba! Y no pudo más. Se levantó, y tomando a Franchesca del brazo se encaminó a la puerta diciendo...
- Gracias por invitarnos, pero tenemos hotel separado en Studio City. Algún día volveremos. Gracias por la invitación... ha sido un momento inolvidable. ¡Adiós!
Hubo un momento de silencio. Isabel comprendió. Pero... y Roly? Ella lo miró.
- Gracias mamá. ¿Era mi padre, verdad? Lo supe por... los ojos y porque sentí algo q
ue nunca había sentido al verlo.

- Tiene unos ojos verdes de miedo, Isa... si lo conocieras, te morirías. Pero mejor ni te lo presento, porque la que está chiflada por el soy yo. Aunque va conmigo a nuestra graduación. Te prohibo que lo mires. Confórmate con Daniel... le dijo Franchesca.
Daniel Lorenzo era el eterno enamorado de Isabel, su primer acompañante, muy del agrado de su padre, Don Rolando Román, quien cuidaba a su única hija hembra como si fuera gallina fina. Pero lo que está escrito, escrito está.
La noche de la graduación Isabel corría a la tienda del plantel del que iba a graduarse a buscar los boletos de la lotería del día siguiente, el de ella y el de su mamá, y luego cuando salía corriendo del establecimiento para...

- ¡Ayyyyyy!
- Oh perdón, perdón... no te vi o no me vistes tu a mí, no sé... pero ¿Eres un ángel que se me cruzó por el camino para hacerme feliz? ¿De dónde saliste?
- De la tienda... pero voy de prisa... me gradúo hoy... y...
Los dos habían quedado como hechizados. Eran tal para cual, jóvenes, bellos. A ella sus ojos verdes la fascinaron, pero... estaba tarde y se alejó mientras él le gritaba.
- ¡Nos vemos en el baile de graduación..!
Y, efectivamente, se vieron. Ella bailaba con Daniel y el con Franchesca Briguier. Era el futbolista. ¿Cómo lo llamaban? ¡Maxi-Gol..! Nunca le había gustado más un hombre.
Ni a él una mujer. Se miraban y en un momento determinado de la noche... se sonrieron y salieron al jardín cada cual por su lado, pero... para unirse.

- Me llamo Max Goldsmith y ahora no te me escapas. Me gustas demasiado, tanto como para proponerte matrimonio, casarme contigo y tener hijos... ser felices para siempre.
- Uy, no tan de prisa. Acabamos de conocernos, no puede ser así porque eres novio de Franchesca, una de mis mejores amigas.
- No soy su novio. Somos vecinos... amigos más bien... y… quiero besarte.
No lo pudo evitar. La besó y ella le correspondió y a partir de ahí todo se enlazó, una cosa con la otra. Se hicieron amantes.


- Tenemos que casarnos, Max... estoy embarazada. Dios mío... mi padre me mata. Por favor, tienes que hablar con él, pedirle mi mano... nos casamos, tenemos nuestro hijo...
- ¡No es posible Isabel! He sido seleccionado para formar parte de un equipo profesional... es mi futuro, no lo puedo interrumpir. ¡Soy un gran futbolista! Y me voy en cuanto me avisen. Lo siento, pero

Lo abofeteó, le gritó... lo despreció. - ¡Estás renunciando a tu hijo… estúpido! ¡Lo vas a lamentar toda tu vida! ¡Lárgate! ¡No te quiero volver a ver jamás!
A partir de ese momento los hechos se sucedieron uno tras el otro. Pidió su traslado a Los Angeles, en la misma empresa donde trabajaba. Y se lo dieron. Sus padres querían acompañarla, pero ella se negó.
Sus papás sospechaban lo que le estaba pasando, pero no querían ayudarla, consideraban que mudarse a Los Angeles sola, era una locura.
Tuvo que sacar de su peculio el dinero del pasaje... y al buscar donde lo guardaba... encontró el talón de la lotería que había comprado la noche en que conociera a Max, a quien no había vuelto a ver. Fue a comprar el pasaje de ida a Los Angeles... y al comprobar el talón... resultó que estaba premiado. ¡Era rica!
EL FINAL
La Señora Román vivía en una de las mejores áreas de Beverly Hills, en una lujosa y muy cómoda mansión de más de seis millones de dólares, con una espectacular alberca. Tenía varios sirvientes, dos asistente

Era socia de la empresa de la que era ejecutiva, una de las más grandes y poderosas productoras de películas de Hollywood, y acababa de inscribir a su único hijo en una de la más costos

A sus 35 años, Isabel Román, era una mujer esplendida, triunfadora, y despertaba todo tipo de pasiones entre los más bellos y atractivos e importantes hombres de Hollywood. Sus padres habían muerto, sus hermanos la visitaban por navidad o ella iba a verlos con Roly, su hijo. Pocos lo sabían, pero desde hace meses mantenía una relación secreta con el magnate del cine Oliver Foster-Flores, con el que iba a casarse. Era feliz hasta que...
- Señora, la llama desde Colombia la Sra. Goldsmith, dice que es su amiga Franchesca.
- ¿Goldsmith? El nombre le resonó en el oído. ¿Franchesca? La recordaba, claro. Atendió.
- Isabel, amiga... que bueno oír tu voz. Es que tenemos que ir a Los Angeles porque le dan un reconocimiento a Max... por sus años de entrega a su equipo. ¿Crees que podríamos vernos? El me ha insistido en que te llame. ¿Puede ser?
Un mar de confusiones la invadió. ¿Debía su hijo conocer al fin a su padre? Roly que era un haz como futbolista a lo que quería dedicarse para graduarse... sabía que tenía un padre allá. Pero jamás había mostrado interés en ... no sabía que hacer, pero se decidió.
- Claro que podemos vernos, Franchesca... pero con una sola condición: que vengan a vivir a mi casa los días que estén en esta bella ciudad que les va a encantar. Los espero... o algo mejor... los mandaré a buscar al aeropuerto.
No quiso preparar a su hijo y no le dijo nada. La voz de la sangre se encargaría o sino todo quedaría tal como estaba. Sólo le temía a una cosa: el color de los ojos era el mismo.
Cuando el chofer se los trajo... Max la encontró radiante, más bella que nunca. Isabel abrazó a Franchesca con afecto contenido. A él le tendió la mano… sonriente. ¡Están en su casa!
- ¿Eres millonaria, verdad Isabel? Algo me dijeron tus hermanos, pero nunca pensé que fuera tanto. Beverly Hills... que mansión, que cuadros... que muebles. Criados. ¡Quién fuera tú!
Franchesca se moría envidiándola. Miró a Max... ya no era aquel. Pero los ojos... iguales.
- ¿No tienen hijos? Se atrevió a preguntar... conociendo la respuesta.
- No. -Respondió él. - Nunca los evitamos, pero... creo que uno de los dos no puede… sólo que nunca hemos querido saber cual de los dos es. Nos hubiera gustado mucho tener uno.
- Mamá... ya estoy aquí.
La llegada de Rolando Román, Roly, como lo llamaban todos desde niño, los interrumpió. Abrazo y besó a su madre, para saludar después...
- Hola. -dijo Roly sonriente, era alto como Max, bello como Isabel. -¿Ustedes son los colombianos amigos de juventud de mamá, verdad? Mucho gusto, están en su casa.


Max lo miraba emocionado. Los ojos, los mismos ojos verdes de Roly, se le habían bañado de lágrimas. ¡Era su hijo! Aquel que no quiso aceptar. "¡Estás renunciando a tu hijo, estúpido!", le había gritado Isabel aquella noche. ¡Qué arrepentido estaba! Y no pudo más. Se levantó, y tomando a Franchesca del brazo se encaminó a la puerta diciendo...
- Gracias por invitarnos, pero tenemos hotel separado en Studio City. Algún día volveremos. Gracias por la invitación... ha sido un momento inolvidable. ¡Adiós!
Hubo un momento de silencio. Isabel comprendió. Pero... y Roly? Ella lo miró.
- Gracias mamá. ¿Era mi padre, verdad? Lo supe por... los ojos y porque sentí algo q

¡Qué estúpido fue al renunciar a su hijo! Pero te agradezco que, al menos, me lo hayas presentado.
Así mi historia genética ha tenido un principio y un final y yo... me quedo con el final.
Así mi historia genética ha tenido un principio y un final y yo... me quedo con el final.
Madre e hijo se abrazaron como nunca antes. Ahora Isabel sabia que había hecho lo correcto en la vida.
Novela Editada por: Raphael Ojeda-Cubello
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